SOBRE JOSÉ TOMÁS EN ALGECIRAS
No defraudar jamás. Recoger siempre el guante de las exigencias. Instalarse en la cumbre de lo excepcional. Responder sin temor a la Esfinge. Habitar como si nada el ojo del huracán. Hacer de la libertad una doctrina. Borrar los techos y las limitaciones. Sorprender siempre en lo admirable. Desenroscar el tiempo para que fluya perezoso y dulce. Comprimir los espacios que engrandecen la lidia. Transmutar lo rudo del toreo en un ejercicio de serena elegancia. Plantar la bandera del dominio en el terreno arrebatado al toro. Vencer y convencer. Depurar la técnica hasta volverla arte. Soñar y hacer soñar. Sentir y hacer sentir. Convertir el toreo en milagro. Hacer del valor instrumento de la maestría. Purificar las formas. Ennoblecer el fondo. Construir el discurso de más bella elocuencia. Hacer del silencio su grito y del toreo su más firme mensaje. Volar más alto que las águilas. Mostrar la senda del futuro. Perfumar la esencia de las suertes. Trocar su itinerario en guía de caminantes. Saciar al sediento en la fuente del toreo. Desnudar la verdad y honrarla siempre.
No defraudar jamás. Recoger siempre el guante de las exigencias. Instalarse en la cumbre de lo excepcional. Responder sin temor a la Esfinge. Habitar como si nada el ojo del huracán. Hacer de la libertad una doctrina. Borrar los techos y las limitaciones. Sorprender siempre en lo admirable. Desenroscar el tiempo para que fluya perezoso y dulce. Comprimir los espacios que engrandecen la lidia. Transmutar lo rudo del toreo en un ejercicio de serena elegancia. Plantar la bandera del dominio en el terreno arrebatado al toro. Vencer y convencer. Depurar la técnica hasta volverla arte. Soñar y hacer soñar. Sentir y hacer sentir. Convertir el toreo en milagro. Hacer del valor instrumento de la maestría. Purificar las formas. Ennoblecer el fondo. Construir el discurso de más bella elocuencia. Hacer del silencio su grito y del toreo su más firme mensaje. Volar más alto que las águilas. Mostrar la senda del futuro. Perfumar la esencia de las suertes. Trocar su itinerario en guía de caminantes. Saciar al sediento en la fuente del toreo. Desnudar la verdad y honrarla siempre.
Todos estos atributos tomistas, compendiados y etéreos, mostraron su vigencia el pasado 29 de junio en Algeciras: una ciudad engrandecida, conmocionada y atónita ante la riada de conversos, la multitud de aficionados, el alud de gente, que inundaron sus calles, rincones, hoteles y restaurantes, antes de darse cita –siete y media de la tarde en el reloj del toreo– en la plaza de Las Palomas. Y en medio de dicha convulsión: José Tomás; un hombre, un torero, que venía a situar las coordenadas de la Tauromaquia en la Puerta del Sur de la Península.
¡Y de qué forma! Puedo afirmar sin temor a equivocarme que la faena de José Tomás al toro que abrió plaza –“Farfonillo”, número 135, negro mulato y de 506 kilos de peso– es de las obras magistrales más perfectas que han visto mis ojos en más de sesenta años de ir a los toros. La quietud, el temple, la elegancia, el mando, la caricia, el dominio no concedieron el menor resquicio a brusquedades, carreras y aspavientos. Hasta los alardes –que los hubo– fueron hilvanados con el hilo prodigioso del arte más majestuoso y gentil. Sobre el soporte de la vertical quietud, del dominio más absoluto y del temple más rítmico y cadencioso, La Estatua fue construyendo una obra memorable, asombrosa, increíble. Ni de salón se puede torear mejor ni con más gusto. Al final del toreo fundamental ya casi le sobraba el engaño, pues se dedicó a citar y torear con tan sólo media muleta. Le bastó con ello para convertir al toro en su satélite y hacerlo orbitar una y otra vez alrededor de su cintura. Todo a cámara lenta, todo de una pureza acrisolada. Era la obra del maestro más grande con que hoy cuenta el toreo, a años luz de todos los demás. Es cierto que el toro fue dócil y claro, pero también lo es que no transmitía nada y que toda la emoción hubo de ponerla el torero. ¡Maestro José Tomás!
¡Y de qué forma! Puedo afirmar sin temor a equivocarme que la faena de José Tomás al toro que abrió plaza –“Farfonillo”, número 135, negro mulato y de 506 kilos de peso– es de las obras magistrales más perfectas que han visto mis ojos en más de sesenta años de ir a los toros. La quietud, el temple, la elegancia, el mando, la caricia, el dominio no concedieron el menor resquicio a brusquedades, carreras y aspavientos. Hasta los alardes –que los hubo– fueron hilvanados con el hilo prodigioso del arte más majestuoso y gentil. Sobre el soporte de la vertical quietud, del dominio más absoluto y del temple más rítmico y cadencioso, La Estatua fue construyendo una obra memorable, asombrosa, increíble. Ni de salón se puede torear mejor ni con más gusto. Al final del toreo fundamental ya casi le sobraba el engaño, pues se dedicó a citar y torear con tan sólo media muleta. Le bastó con ello para convertir al toro en su satélite y hacerlo orbitar una y otra vez alrededor de su cintura. Todo a cámara lenta, todo de una pureza acrisolada. Era la obra del maestro más grande con que hoy cuenta el toreo, a años luz de todos los demás. Es cierto que el toro fue dócil y claro, pero también lo es que no transmitía nada y que toda la emoción hubo de ponerla el torero. ¡Maestro José Tomás!
Ahora sólo nos queda hacer cábalas tratando de averiguar cuándo y dónde toreará de nuevo. Lo que no admite dudas es que los que lo vimos en Algeciras moveremos cielo y tierra para acudir a la cita de su próxima corrida.
Santi Ortiz
Sanlúcar de Barrameda, 2 de julio de 2018
Santi Ortiz
Sanlúcar de Barrameda, 2 de julio de 2018